Mi día 21


El día que iba a dar a luz a mi segundo bebé recién había terminado de organizar la maletita. Había preparado el almuerzo entre contracciones, había hecho dormir a mi pequeña de 2 años, pero en casa un ruido la despertó y tuve que terminar entre dolores y llantos de hambre/cansancio de hacer todo y llamar al doctor para avisarle que estaba con dolores. Termine de hacer todo casi a las 4pm. Llame al doctor y dijo q quería revisarme, a eso de las 5 fuimos caminando al consultorio del doctor, me examinó y me dijo que la frecuencia cardiaca de mi bebé estaba por debajo del límite normal y que con las contracciones disminuía más, que debíamos ir de emergencia a la clínica para que me opere. Llamó a pedir sala, de pronto estábamos con mi pareja, Marina (mi hijita) y el doctor en la entrada de emergencia, el haciéndome pasar y dando indicaciones, mi pareja en admisión y mi hija Marina viendo como mamá se iba tras una puerta que nos dejó sin vernos, no pude decirle nada a mi hija, no pude abrazarla y decirle que ese día del que tanto le había hablado había llegado. Ese día en que tendría que dormir con papá y que él la cuidaría mientras Mamá se quedaría en la clínica con su hermanito. Sólo pude volver a abrir la puerta y decirle “te amo” a los lejos.
Tenía miedo, a pesar que ya había pasado una vez por esto, tuve miedo porque me sentí sola, y tenía miedo por la salud de mi bebé, y tuve miedo por mi salud…  porque sabía que una cesárea de emergencia luego de haber empezado contracciones y haber tenido mi parto anterior por cesárea también significaba mayor riesgo. De pronto ya estaba en la mesa, traté de conversar con los doctores, de decirles que quería dar lactancia exclusiva, que no me sedaran, y que me trajeran a mi bebé rápidamente para hacer piel con piel. Cuando mi bebé lloro sentí un gran alivio. Aún me estaban empezando a suturar y tuve miedo porque no me traían a mi bebe. Pero cuando estaban revisándolo escuché que la doctora dijo APGAR 9/9 así que me quede tranquila. La doctora me lo mostró y le pude dar un beso solamente, luego se lo llevó. Me llamo la atención algo raro en sus ojos, tenía como una secreción (luego supe que era terramicina ) pero cuando le pregunté a la doctora qué había pasado con sus ojitos ella me dijo, luego hablamos. En ese momento, pensé mil cosas!, ¿qué era lo que me querría decir la doctora?, traté de pensar en positivo y me dije … seguro se referirá a las indicaciones que siempre dan luego. 
Pero cuando ya estaban terminando de suturarme la doctora se acercó y me dijo, señora su hijo ha nacido con trisomía 21. En ese momento no reaccioné, no sé si porque no podía o fue mi manera de responder a la noticia. Sólo miraba hacia arriba y las luces blancas de la sala de cirugía. Le dije – ¿es un diagnóstico definitivo ? O ¿cómo se comprueba ? Y me dijo que tenía todas las características, pero que la confirmación era con una prueba genética. Me dijo – lo mismo que le he dicho a usted le he dicho a su esposo. ¿Ya sabe? Si, me dijo.
No podía creerlo, no podía llorar aunque se me escurrieron algunas lágrimas que tuve que aguantar porque no me sentía en un espacio seguro para hacerlo. Hasta ahora recuerdo ese momento, el gran nudo en la garganta, no sentí ni la aguja que seguía cosiendo mi carne. Mil cosas pasando por mi mente … el miedo, la incertidumbre, el momento que debía ser feliz se tiñó de miedo y tristeza, y no era justo . Hasta ahora cuando recuerdo siento ganas de llorar. La soledad, la dureza en comunicarme la noticia, el bendito ¿por qué?, ¿por qué a mi hijo? ¿Por qué a nosotros?. Y yo que pensaba que ya había superado preguntarte el por qué.
Había traído a la vida a mi hijo y no podía estar feliz celebrando su venida a la luz. Quería que vinieran a abrazarme con sonrisas, no con compasión, no con lágrimas, no con miedo. Quería que celebraran su nacimiento, que me dijeran lo que suelen decir cuando nace un Bebé, que se enfrentaran en teorías de a quien se parecería más y que seguramente sería como su abuelo o su abuela. 
No quería llorar en el nacimiento de mi hijo, pero fue inevitable, lloré sola con él, porque tuvimos que pasar la primera noche solos ya que no teníamos quien me acompañe, mi pareja estaba en casa con mi hijita mayor. Siempre estaré agradecida con la enfermera que me ayudo a hacer contacto piel con piel un poquito después de que naciera y así se prendiera de mi pecho. El amor ya estaba allí desde que supe que estaba en mi vientre, el amor seguía allí, pero también estaba el miedo. 
No sabía tantas cosas que ahora sé sobre el síndrome de down. No sabía que más del 50% padecen enfermedades cardiacas, que son propensos al hipotiroidismo, que sufren de hipotonia muscular (músculos flácidos, con poco tono), que pueden padecer sordera o ceguera en diferentes grados, todo esto aparte del retraso en el desarrollo.
Y agradecí a Dios que mi hijo dentro de todo hubiera nacido sano.
Cuando Marina y mi pareja Cristian vinieron a vernos al cuarto, él estaba con una gran sonrisa pero con ganas de llorar. Marina al cambio, llena de euforia, ella fue lo que yo quería de todos en ese momento, santo corazón de niña que todo lo ve a través del presente y a través del amor. Ella gritaba feliz – Noah! Mi hermano, el bebé ! El bebé !!
Yo no podía llorar, la fortaleza del amor es inigualable. Pero luego lo hice, abrazando a mi pareja, abrazando a mi hermana. Lo hice tantas veces encerrada en el baño, en la ducha, mientras los bebés dormían. Lloré y negué lo que pasaba, cuesta aceptar que tu hijo tenga que pasar por tantas dificultades, por evaluaciones médicas más constantes, por terapias, por el temor de sus padres que dentro de todo tienen que cuidarlo y defenderlo. El temor de que lo miren diferente, a pesar de que todos lo somos. Pero que a él lo miren más, lo discriminen, lo hagan a un lado, ese temor es tan grande cuando todo empieza. También la tristeza de que mi hija reciba una responsabilidad tan grande para cuando nosotros tengamos que partir, miedo de morir, miedo de dejarlo sólo en este mundo un poco duro con las diferencias. Miedo a cómo también fastidiarían a Marina otros niños que no tiene padres más empáticos que los guíen. Miedo de que mi hijo muera antes que nosotros. Miedo a todo, dolor adelantado. Mucho dolor y sufrimiento adelantado. 
Pero el amor que todo lo puede va venciendo, es más fuerte que el miedo y lo va arrinconando hasta dejar sólo lo necesario para saber sobrevivir.
Venían a mi, recuerdos de mi embarazo cuando no sabía nada y tenía tantas ilusiones con respecto a lo que vendría. La etapa de criar a dos pequeñines, había decidido ser más práctica pero no dejar de criar en brazos, aplicar movimiento libre, crianza respetuosa, lactancia materna exclusiva, y más tarde el BLW. Todo lo que fui aprendiendo con Marina y resultó excelente y más que por un resultado es por un modo de vida. De pronto cuando supe que mi hijo tenía  una condición genética que traía consigo hipotonia muscular sentí que ya no sería posible. Sin embargo, los mitos se van derribando, mi hijo fue lactancia materna exclusiva, bien supo ganar sus primeras batallas y yo sepultar mis primeros miedos. 
Esos primeros días transcurrieron días antes de Navidad, el nació un 4 de diciembre. Y ciertamente creo que me hubiera deprimido si no hubiese tenido el apoyo de tantas manos amigas y hermanas. Un círculo de contención humano. De pronto sentí que el mismo hijo de Dios nos mandó la estrella de Belén sobre la casa y por aquí iban desfilando amigas, amigos, primas, hermanos, tías, tíos y gratas noticias. El árbol de navidad se llenó de amor y muchos regalos inesperados. Amigas que hacían su tránsito desde tierras lejanas a Perú venían a darnos un abrazo, sus manos, su cariño, amigas que tenían su propia responsabilidad, viajes pendientes, sus propios hijos , hicieron una pausa para venir a vernos, para sonreír y para llorar conmigo, para felicitarnos y para contenernos. Gracias eternas amigas hermanas de mi corazón. 
Pero también mi familia de sangre, mis hermanas que hicieron una pausa en sus vidas ajetreadas de mamás y vinieron a vernos, una de ellas de tan lejos trayendo la felicidad de su familia a la mía. Mi hermano con su cariño a la distancia, gracias por su amor sin condiciones.
Hoy yo me siento fortalecida, ver a mi hijo sonreírme va aniquilando el miedo. Es más trabajo, más esfuerzo, más entrega. Pero ¿qué no se hace por amor? Y más por el amor hacia un hijo.
Me costó mucho decirle adiós al miedo. Rondó mucho tiempo, junto al llanto, mientras terminaba verdaderamente de aceptar “lo que es”, mientras aprendí a disfrutar de mis dos hijos. 

Noah ha ido derribando tantos mitos. Lo veo independiente, fuerte de carácter, dulce, hábil. Tengo mis dos tesoros, los amores de mi vida. Sé que por alguna razón me eligieron como madre, desde el día aquel que los vi brillar en el cielo una noche de invierno mientras dejaban un poco de su luz sobre mi corazón.

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